Pues ya está. A pesar de las firmas y de las protestas de mucha gente bienintencionada (otros no tanto), a pesar de los llamamientos y las dudas expresadas por parte de la comunidad científica, entre otros el Dr. Eric Leroy, autor del único estudio sobre la incidencia, prevalencia y comportamiento del virus Ébola en perros, a pesar del llamamiento desesperado de Javier Limón, su propietario, a pesar de todo ello, Excalibur, un perro mestizo de doce años, fue sacrificado por veterinarios de la Comunidad de Madrid ayer, Miércoles 8 de Octubre de 2014, en su piso de la localidad de Alcorcón… por si acaso.
Decía mi admirado David Gistau en su columna del ocho de Octubre que, como pasa en este país con casi cualquier cosa, el Ébola en España ya estaba politizado, ideologizado. Tristemente es así. No importa lo que digan los médicos o los especialistas, ahora, lo mollar del asunto es poder lanzarlo a la cara del adversario, político, claro, para cagarse en su estampa, mentar a su madre o, incluso, pedir no ya su dimisión, sino su ejecución. No pienso entrar en esta discusión, porque no quiero alimentar el argumentario de unos o de otros y porque, en una situación así, prefiero leer y escuchar a quienes de verdad saben de algo que yo no entiendo.
Por esa misma razón me cabrea ver como algunos (no todos) de los componentes de la Banda de los Sabelotodo, de los tertulianos que van como la Troupe de los Ringling, de plató en plató y de radio en radio, se permiten el lujo de pontificar acerca de la imperiosa necesidad de matar a un perro, Excalibur, cuando no saben de perros, ni de enfermedades, ni de virología, ni, prácticamente, de nada. Hay, incluso, quien en el colmo de la imbecilidad, queriendo dar a sus escritos la pátina de talento o de ingenio de los que carecen, hace gracietas con el nombre del perro para dejar traslucir la idea de que sus dueños, en el fondo, son unos desequilibrados. No se, señor Javier Benegas, a lo mejor sus padres cuando le bautizaron, en realidad estaban transfiriendo en su persona su deseo frustrado de haber comprado una «casa nueva» (etxeberri – xabier – javier) en lugar de haber tenido que costear su manutención y educación… por elucubrar que no quede. Lo mismo sirve para quien bajo el nombre o sobrenombre de Hughes (ya me explicará el origen del mismo) hace risas en Twitter preguntándose qué clase de gente puede llamar «Excalibur» a un perro, igual que hace, no Pedro, o Antonio, o Manolo, sino, ¡toma Moreno!, el «Profeta Baruc», vamos, el escriba o secretario de Jeremías, testigo de los últimos años del reino de Judá y de la destrucción de Jerusalén… nada menos.
Y es que, por desgracia, dando la razón al clarividente Gistau, también Excalibur, un pobre perro mestizo de doce años, ha estado y estará ya para siempre, ideologizado y politizado, para poder exhibir y arrojar su cadáver de unos hacia otros, simplemente para reforzar un argumentario político que, en realidad, a la mayoría de nosotros nos importa una mierda.
He leído, como justificación para matar al perro, que en este mundo «las personas son lo primero». Eso está muy bien. Para las personas, claro. Lo cierto es que esa idea saca a la luz la realidad de que nosotros, las personas, nos creemos con el derecho a decidir los destinos del Mundo, a disponer sobre todo lo que hay en él y, según el momento, el contexto histórico, social, religioso o ideológico, a establecer prioridades que sustenten la moral que más convenga. Con ese mismo argumento, pero cambiando el sujeto de la oración, se han cometido y se cometen crímenes horribles que, en realidad están absolutamente respaldados por la moral oficial y contra los que, por tanto, nada podríamos decir: «los alemanes primero», «los cristianos primero», «el Islam primero», «el Partido primero»… da igual, con poner lo que convenga como primer interés, cualquier cosa está justificada. Ahora toca «las personas primero», aún y cuando se actúe sin el sustento del conocimiento o de la ciencia.
En la Edad Media se quemaba a los endemoniados, porque tenían el Diablo dentro del cuerpo y lo podían extender a los demás… No era seguro, pero «por si acaso» y como «las personas eran lo primero», se hacía una pira y se tostaba al desdichado. Con Excalibur ha pasado algo parecido. No se le ha matado porque estuviera enfermo. No se le ha matado porque fuera portador del virus Ébola. No se le ha matado porque, aunque no se haya demostrado, pudiera excretar dicho virus o transmitirlo a través de sus secreciones. No. Se le ha matado porque ha estado durante unos días en contacto con una persona, su dueña, que ha resultado estar infectada por el virus. Se le ha matado «por si acaso».
Ese ha sido el mayor problema y la mayor preocupación que ha embargado a los cientos de miles de personas que han firmado para que se evite el sacrificio de un perro inocente. No otro. Detrás de nuestra voluntad no había ningún trasfondo político, ni siquiera una irracionalidad animalista o el delirio de personas que anteponen la vida y los derechos de sus perros a los de las personas, como algunos quieren vender. No habrán visto nunca cadenas de protesta, reales o virtuales, cuando se ha decretado el sacrificio de un perro afectado de rabia, por ejemplo. Nos gustan los perros, amamos y respetamos a los animales, pero no somos idiotas. Lo que nos negamos es a aceptar que se sacrifique a un animal «por si acaso».
Hay quien, en su demonización de los que han defendido, en Internet o en la calle, la salvación de Excalibur, han trazado las maléficas intenciones de estas personas, aduciendo que se preocupaban por un perro pero no lo hacían por Teresa, su marido, cualquiera de los que están en aislamiento o por quienes murieron a causa del Ébola, en España o en cualquier otro lugar. En realidad no se dan cuenta de que esta gente se ha movilizado para defender a un animal que no tenía defensa y protección alguna porque Teresa, su marido, otras personas, o los misioneros fallecidos en el último mes, reciben o han recibido toda la atención que un país del Primer Mundo como el nuestro les puede dar. A ellos no hace falta que nadie les defienda, porque ya tienen todo lo que se puede y se les debe dar, pero a Excalibur no le amparaba nadie. Por eso le hemos defendido. ¿Queda claro?
Dicen los que de verdad saben de ésto, que con Excalibur se nos ha muerto también una posibilidad de estudiar el Ébola, si es que tenía el virus, claro, porque también discuten que pueda darse una transmisión intervivos de personas a perros. Pero eso da igual, porque lo importante era dar salida, por un lado, a la política del «por si acaso» y, por otro, joder, con perdón, a los defensores de Excalibur que, según he leído, sólo eran los perroflautas, cuquiflautas, Pablemos, okupas, monstruos que prefieren matar niños abortando antes que sacrificar a un perrito, otros que querían que unos curas «se murieran como perros en África y que se curase a un perro como una persona en España» (literal)… ¡Cuánta ignorancia, cuánta maldad y qué poca habilidad!…
El señor Javier Benegas, Hermann Tertsch, Alfonso Rojo y demás, reparten los certificados de categoría de vida que indican quienes están por delante de otros en el ránking de «prescindibilidad». Sepan que la categoría social de Excalibur no se la dan ustedes, ni yo, ni nadie más que Teresa Romero y Javier Limón, sus «propietarios», las personas con quienes ha compartido su vida y para los que, si, un simple perro, era una parte importante de su familia. Seguramente Javier y Teresa organizaban sus rutinas, su ocio, sus viajes y sus vacaciones, teniendo en cuenta a Excalibur. Probablemente han encontrado en él, un perro, el apoyo o el consuelo que no han tenido en ocasiones de otras personas y eso no significa que estén desequilibrados. Hay numerosos estudios, a nivel mundial, que indican la capacidad terapéutica de los perros, que recomiendan su tenencia en personas que viven solas, en familias sin hijos, en instituciones como hospitales, asilos, orfanatos, prisiones, etc… porque contribuyen a hacer mejores a las personas y a recuperar su espíritu.
Será muy difícil explicar a Teresa y Javier que han matado a su perro «por si acaso», pero será aún más difícil de entender para ellos como la vida, la muerte en este caso, de su pobre perro, se ha convertido en un elemento más de la lucha política de este país y en objeto de chanzas, chistes y memes que pueblan la red para probar quien es más ingenioso, más chispeante, más divertido… ¡Váyanse a cagar!