Perros de terapia para aprender a leer

Los perros de terapia son algo más que animales de compañía. Para sus usuarios, los perros de terapia son sus ojos, sus manos, sus oídos en ocasiones, pero también hay perros de terapia cuya única función es algo tan fácil y a la vez tan difícil como estar ahí.

Si alucinante es la capacidad de algunos perros para percibir los estados de ánimo de personas deprimidas, la presencia de tumores en enfermos de cáncer o la bajada en los niveles de azúcar de un diabético, cuando de lo que se trata es de establecer una simple conexión afectiva, que va mucho más allá de cualquier habilidad entrenable, el asombro es aún mayor.

Algo así es lo que ocurre con los llamados “perros de lectura” y un jubilado norteamericano, Joe Turner, ha podido experimentarlo durante ocho años con su perra Emma, una Labrador Retriever negra que tuvo una etapa de cachorra y joven normal, revoltosa y curiosa, activa y llena de energía, hasta que a los dos años algo sucedió y su mundo cambió de repente. “Fue como si le desconectaran algún enchufe” – explica gráficamente su dueño.

Emma siguió desarrollando sus actividades, jugando cuando tocaba, corriendo, paseando, pero todo con un estilo diferente, como si se dedicase simplemente a observar lo que sucedía a su alrededor pero sin participar de manera directa.

Fue entonces cuando Joe leyó algo acerca de los perros de terapia utilizados para ayudar a aprender a leer a niños con Síndrome de Down, dislexia severa, autismo e incluso en programas de integración de niños inmigrantes. En estos casos, el perro se convierte en un compañero que observa y apoya, pero que no juzga ni critica, ayudando así a reforzar la autoconfianza del protolector.

Joe pensó que aquel podía ser un buen trabajo para Emma y durante 16 semanas recibió el entrenamiento adecuado hasta convertirse en una “perra de lectura”. Como dice el propio Turner “Emma no se ríe, no juzga al niño ni le critica. Es una influencia positiva”

Emma hace su trabajo de manera impecable. Se sienta junto al lector y le observa. De vez en cuando apoya su cabeza en el regazo de este, para recibir una caricia y reforzar el contacto. No necesita más. Así lo ha venido haciendo en la Librería Pública de Princeton, así como en varios hospitales y otras instituciones sociales de su zona.

Cada lunes, invariablemente, de 4 a 5 de la tarde, Emma se sienta para escuchar a sus lectores, en turnos de 15 minutos, e incluso han solicitado su servicio personas que sin tener dificultad para leer necesitaban reforzar su confianza para hablar en público.

Gracias a un trabajo tan peculiar y al lugar donde lo ha desarrollado, en varias ocasiones a lo largo de los años Emma ha sido protagonista de reportajes televisivos e incluso de un artículo en el New York Times. Ya decíamos al principio… los perros nunca dejan de sorprendernos.

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