Los Perros del Prado, 1

"Cacería de Liebres"

En 2019 se cumplen los 200 años de la fundación de una de las pinacotecas más importantes del mundo, el madrileño Museo del Prado, orgullo de la cultura y la historia de nuestro país y que acoge en sus fondos más de 16.000 obras de arte, entre pinturas, grabados, bocetos, esculturas, cerámica, etc…
A lo largo de este año, con la Exposición Mundial Canina 2020 como fondo, o meta, iremos desgranando una parte de esos fondos a través de la cual podemos entender mejor el papel del perro de raza en nuestra historia y su importancia como bien cultural y antropológico.
Esta serie de artículos pretenden unir el reconocimiento de nuestro patrimonio cultural más evidente y emblemático, como son las obras de arte que forman parte de la Colección Permanente del Museo del Prado, con el homenaje al Perro de Raza, Patrimonio Cultural inmaterial que nos ayuda a entender nuestra historia y nuestra evolución como Sociedad.

“Cacería de Liebres”

Vamos a ir avanzando cronológicamente por los tesoros del Prado en los que el perro ocupa un lugar destacado. Por eso, la primera de las obras en las que nos centraremos será la “Cacería de Liebres”, fresco proveniente de la Ermita de San Baudelio en Casillas de Berlanga, Soria.
Este fresco no es sino un fragmento de la rica decoración que, a pesar de la sobriedad del románico, adornaba esta pequeña ermita, construida en el siglo XI por artesanos mozárabes.
Soria, entre los siglos IX al XI fue tierra de frontera, extremo en el que se unían los dominios árabes y los cristianos. De ahí viene el lema de la ciudad de Soria: “Soria pura, cabeza de extremadura” que Antonio Machado, durante su estancia como profesor en la capital castellana adornaría aún más en su monumental “Campos de Castilla” (“¡Soria fría, Soria pura, cabeza de extremadura!”)
Esta situación fronteriza, con continuas batallas y escaramuzas, avances y retrocesos, hizo que toda la región viviese en primer plano la mezcla entre ambas culturas, algo que queda patente, tanto en las representaciones artísticas como en otros usos y costumbres.
El Rey Fernando I, durante su avance conquistador hacia Medinaceli, fue dejando constancia del mismo con la construcción de diferentes iglesias y ermitas.
Algunas de ellas se levantaban en donde había existido alguna pequeña iglesia anterior o incluso la cueva de un eremita, como es el caso de la de San Baudelio, estando probada la existencia de lugares de oración y culto en la zona desde el siglo IV.
La planta y el esquema de la Ermita responde a los cánones del románico castellano, pero en su interior encontramos muchos elementos, tanto arquitectónicos como ornamentales, de gran influencia islámica, debido a la presencia mayoritaria de artesanos mozárabes en la realización de la obra.
Una de las muestras de esta influencia son los frescos que decoran, o decoraban, los muros interiores de San Baudelio, en los que podemos encontrar escenas en las que se emplean simbolismos poco habituales en otras iglesias del mismo periodo.

A pesar de la riqueza histórica y artística de la Ermita, durante muchos siglos estuvo abandonada al culto y se utilizó como almacén de aperos o aprisco para el ganado, pasando a ser propiedad de varias familias de Casillas de Berlanga, en lugar de pertenecer a la Iglesia o al Estado.
Esta circunstancia propició que, como sucedió con otros muchos monumentos españoles en las primeras décadas del siglo XX, en 1922 dichas familias vendiesen las pinturas murales al Metropolitan Museum de Nueva York por 65.000 pesetas de la época.
A pesar de las protestas y de la inmovilización de los frescos, en 1925 el Tribunal Supremo dictó sentencia favorable a la venta privada de las pinturas, que partieron hacia los Estados Unidos.
En 1957, el Gobierno español consiguió canjear seis de las mismas a cambio de los restos del ábside de San Martín de Fuentidueña (Segovia) que se encontraba en estado ruinoso y que pasaría a formar parte del Museo de los Claustros (The Cloisters Museum) dentro del Metropolitan neoyorkino.
Desde entonces, esos seis fragmentos forman parte de la Colección permanente del Museo del Prado, para disfrute de cuantos quieran visitarlo.

¿Son galgos?

El que nos ocupa a nosotros nos muestra, en una composición muy dinámica, e incluso moderna para su tiempo, a un jinete cazando liebres, tridente en mano, con el auxilio de tres perros.
Cualquiera que busque documentación sobre la obra verá como los expertos hacen referencia a la caza de la liebre utilizando galgos, uno de los lances más tradicionales de nuestro país, cultura e historia.
De hecho, este tipo de caza es ya descrita en el siglo II a.C. por Arriano de Nicodemia, cónsul romano de la Provincia Bética, en su monumental tratado “Cynegeticus”, en el que cuenta su experiencia en Hispania y como esta caza de liebres usando galgos era una práctica extendida por todo el territorio y entre todas las clases sociales, además de hacer una precisa y metódica descripción del galgo, dando detalle incluso de los diferentes tipos de pelo que se pueden encontrar, aún hoy, en la raza.

El Galgo es uno de los mayores tesoros de la cinofilia española. Apreciado desde hace milenios, llegó a ser incluso sujeto protegido legislativamente, como se recoge en multitud de fueros medievales, que dictan los castigos a los que se enfrenta aquel que hiciera daño o matare a un ejemplar.
También, durante siglos, fue, casi en exclusiva, el único animal que se reflejaba en los testamentos, a fin de garantizar la pervivencia de los linajes cazadores que tanto costaba crear y que tan apreciados eran.
El Galgo Español es parte de nuestra cultura y aunque su figura seca y sobria ha estado presente en todo el territorio, fue la inmensidad de la meseta, incluyendo las dos Castillas, Extremadura y parte de Andalucía, su zona de mayor influencia.

Durante muchos siglos el Galgo ha sobrevivido en España gracias a la crianza selectiva y funcional de aquellos que lo utilizaban para la caza. A lo largo de esta serie de artículos tendremos ocasión de encontrarnos con él en muchas otras ocasiones, pues su presencia es constante en la vida española y, por tanto, en manifestaciones artísticas como la pintura o la escultura, e incluso la literatura. ¿Quién no recuerda el pasaje inicial del Quijote, cuando Miguel de Cervantes describe al hidalgo Alonso Quijano como “de los de adarga antigua, lanza en astillero y galgo corredor”?
Solo cuando otra actividad como las carreras de galgos empieza a tener una importancia económica y competitiva importante en España, a principios del siglo XX, el Galgo Español ve peligrar su futuro como raza al introducirse un mestizaje masivo con Galgos Ingleses (Greyhound) buscando una mayor velocidad explosiva, dando lugar a la denominación racial de “Galgo Anglo-Español” que sería incluso aceptada por la Real Sociedad Canina de España e incluida en sus libros.
A partir de los años 60 del siglo XX, la raza, en franca decadencia, empieza a ser recuperada por aficionados y criadores preocupados en la misma, hasta ir desterrando, poco a poco, cualquier signo de mestizaje que nos aleje del modelo original.

Modelo que bien podría corresponder a los dos perros situados en la parte inferior del trío de canes que vemos en el fresco de San Baudelio.
Estos dos perros monocolores son los de mayor tamaño del trío y tienen evidentes signos raciales que nos hacen pensar, sin temor a equivocarnos, que se trata de galgos: mandíbula potente, tipo de cráneo, tórax profundo que termina un poco por encima de los codos (característica esencial de la raza) vientre muy recogido y otra de las características que hacen único al Galgo Español, una larguísima cola que se retuerce en su parte final para descansar entre las piernas cuando está en reposo.

¿Y el tercero?

Ya hemos dicho que los estudiosos de la Historia del Arte se refieren al trío de perros que aparecen en el fresco de San Baudelio como “galgos” cazando liebres. Esto puede deberse, sin lugar a dudas, a que se trata de eso, estudiosos del Arte, pero no de los perros.
En mi opinión, el perro ubicado en la parte superior no es un galgo, sino un tipo de Podenco de los muchos que han existido (y aún existen) en España.
Los Podencos, al igual que los Galgos, están relacionados familiarmente con otros perros del mismo tipo muy frecuentes en la región del Mediterráneo, presentes en manifestaciones artísticas desde el Antiguo Egipto, e incluso antes, y utilizados, sobre todo, para la caza de conejos y liebres, especies tan abundantes en la Mediterránea que incluso dieron nombre a nuestro país.
Egipcios, Persas, Fenicios, Griegos, Romanos, etc… todos estos pueblos y culturas han utilizado galgos, lebreles y podencos para la caza desde hace milenios.

¿Qué me lleva a pensar que el tercer perro en cuestión es un Podenco y no un Galgo, como todos los documentos sobre la pintura que nos ocupa recogen?
En primer lugar, de los tres perros es el único que presenta una capa diferente, blanca con una gran mancha rojiza o naranja, en una combinación clásica entre distintos tipos de podencos.
En segundo lugar, es el de menor tamaño, lo que está en perfecta consonancia con el tipo de podencos peninsulares, como el Andaluz Grande, que estaría una media de 8 a 10 centímetros a la cruz por debajo del galgo.
En tercer lugar, el tipo es también diferente, como podemos ver en un vientre mucho menos recogido y una profundidad de pecho que alcanza al codo, además de una cola más corta y cuya punta no aparece claramente retorcida.
En cuarto y último lugar, la propia costumbre me lleva a la antedicha conclusión, pues desde tiempos inmemoriales era tradicional utilizar una pareja o collera de galgos para la caza, acompañados de un podenco grande que hacía la labor de “quitaor”, consistente, por un lado, en levantar la liebre de su cama o escondrijo para que se pusiera a la carrera y, una vez que los galgos le daban caza, arrebatar la pieza a los mismos para cobrarla y llevarla hasta los jinetes o los guías.

Próximo capítulo:
2. “Escenas de la Historia de Nastaglio degli Onesti”, 1483, Sandro Botticelli

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