El lunes 6 de Octubre de 2014, la opinión pública mundial se levantaba sobresaltada con la noticia de que, por primera vez, se daba un caso de contagio por el virus Ébola fuera del continente africano. No era el primer caso de un paciente detectado fuera de África, ya que hace unos días saltó también a la luz el caso de Thomas Enric Duncan, ciudadano liberiano que viajó a Texas, Estados Unidos, para contraer matrimonio, el pasado 20 de Septiembre y que permanece ingresado en el Presbiterian Hospital de Dallas.
El caso de Duncan es diferente porque parece claro que contrajo la enfermedad en su país, pero ahora se trataba de una persona que se había contagiado del virus fuera de África… ¿dónde?, ¡pues si… en España!
Teresa Romero Ramos es una Auxiliar de Enfermería que trabaja en el madrileño Hospital Carlos III, designado como centro para la atención de pacientes de Ébola y que, hasta el momento, había acogido a los dos Misioneros de la Orden de San Juan de Dios que habían sido trasladados en los últimos dos meses afectados por la enfermedad.
El primero de ellos fue Miguel Pajares, misionero y médico, llegado desde Liberia el 7 de Agosto y fallecido el día 12. El segundo, también misionero y médico, Manuel García Viejo, venido de Sierra Leona el 22 de Septiembre y fallecido sólo tres días después.
Ambos pacientes fueron atendidos por un equipo de profesionales voluntarios al que pertenecía Teresa Romero y, aparentemente, algún fallo en el protocolo de seguridad durante la maniobra de retirada del traje aislante, después de haber estado recogiendo material y residuos en la habitación del misionero tras su fallecimiento, podría ser la causa de la infección que ahora sufre la auxiliar.
Víctimas colaterales
Esta historia, que tiene tantas implicaciones, derivaciones y que, a buen seguro, traerá consecuencias de diferente índole, desde las económicas, con una alarmante situación a la que se enfrenta el sector turístico, principal motor de la economía española, hasta las políticas, pero, sobre todo, la incidencia sobre la salud pública que, ojalá, sea de una magnitud mínima, tiene también algunos actores secundarios, víctimas colaterales que nunca quisieron verse implicadas en algo tan serio y, con seguridad, tan grave para sus propias vidas.
Javier Limón es el marido de Teresa Romero. En el momento de escribir este artículo se encuentra ingresado en el Hospital Carlos III en una unidad de aislamiento, sometido a control total y observación, a fin de saber si ha podido ser contagiado por su mujer. Al mismo tiempo, en su casa de Alcorcón, Excalibur, un perro mestizo de 12 años, espera la llegada de sus dueños sin saber que, si algo no lo impide, quienes primero entrarán en la casa serán funcionarios de la Comunidad Autónoma de Madrid, con la orden judicial de capturarlo y llevarlo al lugar indicado para que sea sacrificado.
¿Es esto justo? ¿Puede un perro estar contagiado del Ébola? ¿Puede ser un peligro para la salud de los demás? ¿Se puede hacer otra cosa?… intentaremos dar respuesta a todas estas preguntas.
Justicia
En cuanto a la Justicia, nos guste o no, en la actualidad los animales carecen del mismo estatus y nivel de protección jurídica que tienen las personas. El ordenamiento no les considera sujetos de pleno derecho, sino que son seres vivos, con un catálogo de derechos mínimos en función de las diferentes especies y que, en el caso de los animales de compañía, atiende más a aspectos como su cuidado, mantenimiento, transporte, penalización de malos tratos, etc… Las leyes recogen también la posibilidad de eutanasiar a un animal de compañía, siguiendo una serie de protocolos que garanticen la ausencia de sufrimiento y siempre que se den unas determinadas circunstancias, que pueden ser tan variadas como una enfermedad terminal, las necesidades de un centro de acogida, decisión judicial o por exigencias de salud pública. En el caso de las decisiones judiciales, estas se suelen dar en los episodios de ataques de perros hacia personas o hacia otros animales.
Ahora, el caso de Excalibur saca a la palestra dos aspectos que cuando, como en este caso, se suman, pueden resultar chirriantes.
Por un lado está la obligación del Estado de preservar la Salud Pública. Cuando ésta está en peligro, cualquier medida se toma con carácter de urgencia para garantizarla. En el caso de enfermedades que pueden tener su origen o un vector de transmisión importante en animales (zoonosis) la medida cautelar habitual de profilaxis suele ser la del exterminio de los animales en cuestión.
Hemos visto como se han sacrificado por cientos y miles, vacas en el caso de la famosa Encefalopatía Espongiforme Bovina o Enfermedad de las Vacas Locas, vacas, cerdos, ovejas y cabras por la propagación de la Fiebre Aftosa, cerdos y caballos en los episodios de brotes de Peste Equina y Peste Porcina, aves de todo tipo en las epidemias de Gripe Aviar, etc…
Pero nunca se había planteado la eutanasia preventiva de un animal, en este caso un perro, cuando ni siquiera se sabe si está o no contagiado o es portador del virus Ébola y, lo que resulta chirriante, nunca se había dejado tan a las claras la diferenciación que la ley hace entre un animal, en este caso un perro, y una persona.
La persona afectada, sea quien sea, del tipo y condición que sea y aporte lo que aporte a la Sociedad, es objeto y sujeto de todos los derechos, al punto de requerir de los cuidados más sofisticados, sin importar su coste económico, con la idea, no de evitar un contagio, sino de salvar su vida. En cambio, un animal, un perro, que ha estado expuesto a la posible transmisión del virus, pero que no está demostrado, simplemente debe morir para hacer cumplir aquel viejo adagio de «Muerto el perro, se acabó la rabia»… Sin duda, algo no funciona bien en nuestro ordenamiento.
Ciencia
El Ébola es uno de los virus más mortíferos que pueden atacar al Hombre. Su origen está bastante bien delimitado en la zona del África Central, con diferentes brotes estudiados desde mediados de los años 70 del siglo XX en países como Liberia, Gabón, Sierra Leona, Guinea Conakry, etc…
Hasta ahora, la enfermedad no había salido de dicha zona y aunque su prevalencia se ha mantenido en el tiempo, la atención internacional sólo se ha volcado en la misma en los episodios de brotes más intensos que, en algunos casos, como el actual, han llegado a tener la consideración de epidémicos.
Dada la situación socioeconómica de la zona en la que se ha dado la enfermedad, así como las condiciones de vida, salud e higiene imperantes, entre 2001 y 2002 el Centro de Investigación de Enfermedades Infecciosas de Franceville, en Liberia, realizó un estudio sobre la incidencia del virus Ébola en los perros, llegando a algunas conclusiones bastante interesantes.
Se tomaron muestras de sangre a perros de diferentes países: Liberia, Gabón, Sierra Leona, etc… Los resultados de los análisis fueron que, en efecto, un porcentaje de los perros que vivían en ciudades o pueblos donde había casos confirmados de Ébola, eran portadores del virus, pero en su totalidad se mostraban como asintomáticos.
Los perros se convertían en receptores y portadores del virus al ingerir las vísceras o las carcasas de otros animales infectados, fundamentalmente primates y murciélagos, o al entrar en contacto directo con la orina, heces o vómito de alguno de estos animales o de otros perros que ya tuvieran el virus.
Se concluía, por tanto, que los perros, a pesar de no sufrir los síntomas de la enfermedad y de no morir por causa del virus Ébola, si podían ser portadores del mismo e incluso propagadores a través de sus propias secreciones. Algunas partes del estudio reflejan que, incluso, la propagación entre perros se podía dar por el contacto entre mucosas, saliva, por vía sexual o por aerosol, a través de una exposición muy cercana a, por ejemplo, estornudos, etc…
Los estudios no son concluyentes a la hora de establecer el tiempo de pervivencia del virus en el animal receptor, o de durante cuanto tiempo puede ser capaz de transmitirlo, como sucede con las personas, pero si que se advierte de que los perros podían ser, por tanto, un vector de transmisión del virus hacia los humanos y que dicha transmisión se daría por un contacto muy cercano, a través de las heces, orina, saliva, mucosas, etc… Esto no está demostrado, de momento, pero para algunos expertos, como Santiago Mas-Coma, director de Parasitología de la Universidad de Valencia, experto de la Organización Mundial de la Salud y Presidente de la Federación Mundial de Medicina Tropical, sólo la sospecha de que, efectivamente puedan excretar el virus, es motivo más que suficiente para sacrificar al animal.
Por tanto, , los perros podrían jugar un papel en la transmisión y la prevalencia del virus Ébola en los lugares en los que aparece la enfermedad, pero, dado que no se ha podido demostrar de manera fehaciente ¿significa ésto que Excalibur esté afectado y que deba morir?
El caso «diferente» de Excalibur
Excalibur, el perro de Javier Limón y Teresa Romero, es un caso diferente. En primer lugar, no se sabe si ha contraído el virus que afecta a su dueña, a pesar de que, con toda seguridad, su contacto con ella durante los días de incubación ha sido igual de cercano y estrecho que en los últimos doce años. En este sentido, Excalibur está en la misma situación que Javier, su dueño y, por lo tanto, antes de tomar una determinación más drástica tal vez se podría someter al perro a algún tipo de aislamiento y control para saber si está o no contagiado. Para algunos hacer esto sería correr un riesgo innecesario que, en el mejor de los casos, se saldaría con un gasto económico importante para, al final, tener a un perro de doce años sano que, según piensan los legisladores, no vale lo que se habría invertido en él. En el peor de los casos, se descubriría que el perro está infectado por el virus y se habría corrido un peligro innecesario que sumar al gasto ya mencionado. Solución: matar al perro. Eso es lo drástico, lo rápido y lo fácil.
Pero es que, según algunos miembros de la comunidad científica, si hacemos o dejamos que se haga eso, no sólo estaremos permitiendo una acción moralmente muy difícil de justificar, al menos para los que creemos que los animales también deben ser sujetos de derecho, sino que además, se estará perdiendo la oportunidad de avanzar en la investigación de una enfermedad que puede convertirse en una de las grandes plagas de la Historia de la Humanidad.
Es el caso del Dr. Leroy, director del Centro de Franceville en Liberia que hizo el estudio sobre los perros y, por tanto, el mayor experto en la materia, quien sostiene que hasta ahora no se ha conocido de ningún caso de transmisión del virus entre un ser humano y un animal. La certeza es que los perros analizados en África habrían contraído el virus por contacto o ingestión directa de secreciones y restos de otros animales infectados, pero tampoco se ha podido comprobar, como ya hemos dicho, que estos perros portadores, en algún momento de su infección puedan transmitir también el virus a través de sus excreciones. El hecho de poder comprobar si también se da esta transmisión interespecie entre hombres y perros podría ser de un gran interés científico, además de poder utilizar a un animal infectado (si lo estuviera) pero asintomático, para avanzar en el desarrollo de algún tipo de medicamento, por lo que Eric Leroy piensa que Excalibur debería ser sometido a un programa de observación y aislamiento seguro y una serie de estudios serológicos, análisis de heces, orina, etc… pudiendo ser ésto de mucho más valor e interés que un sacrificio que no conduciría absolutamente a nada.
Firma por Excalibur
Si crees que Excalibur no debe ser sacrificado de manera sumaria puedes firmar la petición que se está haciendo a través de Change.org en este ENLACE ¡Ya somos 300.000!