La muerte de “Excalibur”, el perro de Javier Limón y su mujer, Teresa Romero, auxiliar de enfermería voluntaria en la Unidad del Hospital Carlos III de Madrid, que atendió a los misioneros españoles enfermos de Ébola y que resultó contagiada por el virus, ha sido una de las noticias que más impacto ha causado a nivel nacional e internacional, especialmente por su repercusión en redes sociales, siempre, claro está, en menor medida que la preocupación general que la enfermedad ha causado en la sociedad, a nivel mundial, especialmente desde que se conociera el caso de Teresa y los casos de T. E. Duncan, liberiano fallecido en el Presbiterian Hospital de Dallas y, en los últimos días, de una enfermera que atendió a dicho paciente y que ha resultado también infectada.
Lo cierto es que, transcurridos un par de días desde que se produjera la eutanasia forzada de Excalibur, las noticias y comentarios al respecto han ido disminuyendo hasta diluirse en la actualidad ordinaria. Hoy en día, cualquier acontecimiento, por importante que sea, tiene una vida cada vez más corta en la primera plana de la información y la opinión y, si corta es su vida, corto suele ser su punto de ebullición y rápido, supersónico diría, su paso al olvido.
Los que hemos defendido que en el caso de Excalibur se actuó con precipitación, urgencia innecesaria y falta de información, tanto la que debieron buscar y obtener quienes tomaban la decisión, como la que debían haber transmitido a la opinión pública, hemos vivido unas horas de agitación, especialmente a través de la tribuna pública de redes como Facebook o Twitter, principalmente, en la que ha habido división de opiniones… ya saben, unos en nuestro padre y otros en nuestra madre… Debo decir también que han sido muchos, muchísimos, los que han apoyado nuestra postura y cada uno ha sido libre de expresarse de la forma que le ha venido en gana, con mayor o menor fortuna, con mayor o menor educación, seguramente con la misma que se expresen en cualquier otra circunstancia, así que, en eso no nos vamos a meter.
Pero si es cierto que el tiempo, casi siempre, es el olvido, en este caso no estamos dispuestos a que se deje pasar, sin más, y el caso de Excalibur se termine convirtiendo en anécdota. Cualquier actuación oficial, respaldada, además, por una autoridad judicial, debe tener siempre un responsable, alguien a quien dar las gracias, cuando es preciso, o a quien exigir responsabilidades cuando toque. Cada día, cada hora que pasa, se hace más evidente que se tomó una medida en medio de un torbellino mediático, en una situación de pánico, me atrevería a decir, algo que en el caso de un estamento político no se puede permitir. A veces, los errores se pueden subsanar con facilidad, otras, como en este caso, es imposible volver atrás, porque a Excalibur ya no hay quien lo resucite, y por mucho que pudiera llegar a derivarse algún tipo de exigencia de responsabilidades, como parece que varias asociaciones y los propios propietarios del perro pretenden, ninguna multa, ninguna sanción, ninguna dimisión servirá para devolver a Excalibur con sus dueños.
El famoso informe
En las escasas manifestaciones que respecto al caso se han podido conocer por parte de la autoridad “competente”, la decisión de matar a Excalibur se sostenía en las “evidencias” de que los perros eran capaces de infectarse por el virus Ébola y, por tanto, podían actuar como vehículos de transmisión del mismo. Para sostener tales afirmaciones se saca siempre a colación el famoso informe elaborado por el Dr. Eric M. Leroy y su equipo en base al estudio que realizaron a raíz del brote epidémico de la República de Gabón en 2001 y 2002. En dicho informe se recoge que a raíz de comprobar que alrededor del 5% de los casos de humanos afectados por el Ébola en la mencionada epidemia no pudieron reportar un contacto directo conocido con un enfermo o que hubieran consumido carne o carcasas de animales infectados. Estas cifras coincidían con las de la epidemia de Sudán de 1976 y eran sensiblemente menores que el 17,4 % de los casos de la epidemia del Congo en 1995. De hecho, se ha llegado a utilizar un «resumen objetivo» de dicho informe, traducido al español, pero en el que se obvian muchas de las informaciones contenidas en el original.
A pesar de que no se podía asegurar al cien por cien que no hubiese habido alguno de estos contactos directos, pero fueran desconocidos, los investigadores empezaron a barajar otro tipo de formas de transmisión y contagio: de humano a humano por vía aérea o el contacto con otro tipo de animales afectados y no identificados. Por observación, los investigadores vieron que en las zonas afectadas por la epidemia, la gente vivía con animales domésticos, incluidos perros. Estos perros casi siempre eran autosuficientes, encontrando su alimento en los restos de comida de las casas y en los despojos de otros animales muertos. Algunos perros eran también usados para la caza en zonas de selva o cazaban para si mismos, por lo que se supuso que podían alimentarse, en ocasiones, con restos de animales de los que se sabía con certeza de su vulnerabilidad al Ébola: murciélagos de la fruta, primates, etc… Por tanto, el estilo de vida de estos perros les ponía en una situación clara de exposición al virus y, aunque nunca antes se había documentado caso alguno de afección o infección en un perro, los investigadores, por deducción, pensaban que podían estarlo.
El propósito de su estudio era, por un lado, saber si, efectivamente, el virus se podía encontrar en los perros domésticos y, por otro, tratar de averiguar su papel potencial como fuentes primarias o secundarias de la infección de humanos. Para ello, se tomaron muestras de sangre de 439 perros, incluyendo 102 perros de Francia, para establecer controles negativos por comparación, 258 perros de la zona de la epidemia de Gabón, 50 de la capital, Libreville y 29 de Port Gentil, la segunda ciudad del país. Nunca se cogió a ninguno de estos perros para aislarlo, estudiarlo y hacer un seguimiento exhaustivo de los mismos. En todas estas zonas (excluyendo Francia, claro está), algunas a más de 600 kilómetros de distancia del foco de la infección se habían dado casos de enfermos humanos.
Variando la forma de recogida y almacenamiento de las muestras, en función de donde fueron tomadas y de los medios con los que se contaba, en todos los casos se conservaron de forma adecuada hasta su análisis en el laboratorio de Franceville. Además de la toma, se hacía un pequeño cuestionario a los propietarios de los perros para intentar conocer el estilo de vida de los perros y conocer, de manera lo más aproximada posible, si habían estado expuestos a contacto directo con animales o restos de animales enfermos, o con enfermos humanos.
Un 2% de los casos analizados en Francia fueron falsos positivos. Un 8,9% de los perros analizados en Libreville y Port Gentil, ciudades fuera del foco de la epidemia, dieron positivo, subiendo la cifra a un 15,2% en Mekambo y un 25,2% en la zona de mayor afectación, por lo que parece claro que los perros estaban expuestos a la infección y que la cantidad de individuos afectados era paralela al grado de incidencia de la epidemia en humanos en cada zona.
Elucubraciones
En ningún caso, los investigadores pudieron documentar algún perro con síntomas de la enfermedad o que muriese por ella, lo que les lleva a pensar que el Ébola se manifiesta asintomático, como afección muy leve o estimulando la producción de antígenos en los perros. En el caso de otras especies, como antílopes, murciélagos y, especialmente, en grandes primates, el Ébola es altamente mortal, llegando a diezmar la población de estas especies. Al igual que los perros, otras especies como perros, cabras, hamsters, etc… se muestran asintomáticos. A partir de este punto, el estudio que después ha sido esgrimido y utilizado por algunos medios de comunicación para apoyar la teoría del papel de los perros en la propagación del virus, o por las autoridades sanitarias de Madrid para defender la medida del sacrificio de Excalibur, todo se vuelven suposiciones que en ningún momento pueden apoyarse por pruebas científicas. Se dice en el informe que los perros infectados y asintomáticos podrían actuar como transmisores del virus y que eso podría ser la explicación de los casos en personas en los que no se ha podido probar otro tipo de contacto conocido. Se dice también que la incidencia de perros positivos en zonas donde no había epidemia de Ébola, como Libreville y Port Gentil, podía deberse a otro tipo de contagios, por aerosol, o a través de la conjuntiva, o por contacto con restos de orina de algún animal desconocido, o, o, o… suposiciones, elucubraciones.
Lo cierto es que este estudio es utilizado y esgrimido a nivel internacional porque es el único que existe, el único en el que se ha demostrado, eso si, que los perros pueden ser portadores del virus Ébola y que, en todo caso, se muestran asintomáticos, pero nunca nadie se atrevería a sostener como ciertas las suposiciones derivadas de esta certeza en ningún otro tipo de estudio científico, ya que no pueden ser apoyadas por ningún dato real.
¿Qué demuestra el estudio?
1. Que los perros pueden ser receptores y portadores del virus Ébola.
2. Que son asintomáticos
¿Qué no demuestra?
1. La forma de contagio. Se supone que es por ingestión de carne o restos de animales enfermos, o por contacto directo con alguna de sus secreciones, pero no está demostrado por ningún tipo de prueba.
2. La pervivencia del virus activo en los perros.
3. La excreción del virus a través de heces, orina, saliva… ya que, asombrosamente, no se recogieron muestras de este tipo.
4. El contagio entre perros
5. El contagio de perro a humano
6. El contagio de humano a perro
En las conclusiones del estudio se dice que los perros pueden tener POTENCIALES implicaciones en la transmisión del virus y, por tanto, también en la prevención de la misma y que el número de perros infectados puede utilizarse como indicador epidemiológico de la circulación del virus en regiones en las que no se pueda detectar de otra manera. En ningún caso se afirma que los perros transmitan el virus a las personas, ni cómo lo hacen. Para poder tener datos concluyentes al respecto los investigadores deberían haber podido aislar a individuos (perros) infectados, para observar y analizar la presencia del virus en sangre, durante cuanto tiempo permanece y, a través del análisis y control de heces, orina, saliva, pelo, etc… saber también si dicho virus puede ser diseminado, puesto en circulación a través de estos medios, siendo especialmente importantes la saliva y el pelo, pues son los contactos directos más comunes con las personas y no tanto las heces o la orina.
Excalibur: una muerte inútil
Por tanto, la decisión de matar a Excalibur, el perro de Teresa Romero, se tomó sin base científica alguna que pudiera hacer pensar que era un peligro potencial para la salud pública. En el famoso informe nunca se menciona la posibilidad o la sospecha de que haya perros infectados por el contacto normal con personas enfermas. Se habla siempre de la vía de la alimentación con restos de animales afectados como la manera más probable de infección. Tampoco se sabe cuanto tarda un perro en infectarse, durante cuanto tiempo el virus está inactivo, cuando se activa, ya que se muestran asintomáticos y cuando y cómo podría llegar a excretarse y transmitirse. Todas estas preguntas sin respuesta podrían haberla tenido si se hubiera aislado adecuadamente a Excalibur y se le hubieran hecho los análisis convenientes, los mismos que se hizo en su día a los perros de Gabón (ninguno de los cuales fue sacrificado, por cierto) para saber si, de hecho, estaba infectado. De haber salido un resultado negativo, Excalibur habría esperado tranquilamente a la deseada vuelta a casa de sus dueños. De haber sido positivo, los científicos podrían haber seguido avanzando en una investigación que, a la larga, habría sido importante, tal y como el propio Dr. Leroy preconizaba a través de la prensa en días pasados.
Americanos: el juego de las diferencias
Para colmo, para dejar más en evidencia nuestro sistema de prevención y, sobre todo, la capacidad de las personas que rigen nuestros destinos, ahora nos encontramos con que en Dallas, Estados Unidos, una de las enfermeras que atendió a Thomas Eric Duncan, liberiano fallecido por el Ébola, está también infectada por el virus. Esta enfermera, que permanece ingresada desde el primer día en el que reportó la presencia de fiebre, también tiene un perro… pero ahora, las diferencias entre un lugar y otro, se muestran tan abismales que incluso producen mayor dolor. Desde que se conoció el caso de la enfermera infectada, el Alcalde de Dallas, Mike Rawlings, se puso al frente de todo el operativo, con la función primordial de llevar a la opinión pública cualquier noticia al respecto de las actuaciones que se están siguiendo. La vivienda de la enfermera fue desinfectada el mismo día de su ingreso y su perro, trasladado a un lugar adecuado mientras su dueña está ingresada. La primera razón para hacer esto (y no creo que haya una mejor) la dio el propio Alcalde: “El perro es muy importante para su dueña y queremos cuidar de él”… ¡Me quito el sombrero! El perro, que, como en el caso de Excalibur, no mostraba signos de infección alguna, será llevado a un lugar adecuado, sometido a control y aislamiento para ver si está o no afectado y, en función de los resultados de los análisis, se procederá como se considere oportuno. Lo triste es que la noticia, en los medios internacionales, se presenta con titulares del tipo del utilizado por USA Today: “Al contrario que en España, el perro de la paciente de Ébola será salvado”… ¡Así nos va!