Estimado y admirado D. Arturo,
Gracias a mis padres y abuelos, los libros son una de las pasiones de mi vida y siempre intento tener alguno entre manos, en una suerte de sucesión interminable que me hace sentirme más vivo.
Mi mujer, que comparte afición lectora conmigo, me regaló el pasado 23 de Abril, día de San Jorge, don Miguel y Mr. Shakespeare, un ejemplar de “Los perros duros no bailan” (Alfaguara, 2018, 1ª Edición) y, aprovechando un viaje a Austria, para juzgar en la Monográfica de Retrievers del país, me lo leí casi de corrido en los dos trayectos de avión Alicante/Viena, de apenas dos horas cada uno.
No entraré en disquisiciones acerca de estilo, ritmo, trama, etc… porque, además de entender y respetar el que cada uno elige, debo decir que esta breve novela negra es muy suya, muy Perezrrevertiana, por lo que no defraudará a quienes sean declarados admiradores suyos, ni sorprenderá a los que lo sean menos.
Debo decir que disfruté muchísimo leyendo “Hombres Buenos” (Alfaguara, 2015). Probablemente más que con cualquiera de sus anteriores novelas. Tal vez por eso, mis expectativas hacia “Los perros duros no bailan” eran tan elevadas. Por un lado, por el buen sabor de boca de lo último que un servidor había leído de usted y por otro, el más importante, por saber que este nuevo libro tenía a los perros como protagonistas; esos perros que tanto usted como yo amamos y que, según sus propias palabras, le habían permitido escribir con total libertad.
Ya conocerá, don Arturo, ese manido dicho de “corrida de expectación, corrida de decepción”… pues, en este caso, la maldita sabiduría popular se ha cebado de lleno conmigo. Y hablando de dichos, siendo usted paisano, podía haberse olvidado del ciruelo y haber dejado el dicho tal cual lo es en nuestra tierra: que cada perrico se lama su pijico…
Si fuera capaz de abstraerme de lo que no me gusta de su libro, debería decir que se trata de una historia de amistad y, sobre todo, lealtad, que no siempre es lo mismo, adornada con toques de acción, amor e ironía, en un marcado ambiente de novela negra, lo que, sin duda, nos da unos mimbres muy atractivos con los que trabajar. Pero no me gusta el cesto. Lo siento.
La razón de mi decepción como lector es la forma en que ha decidido usted acercarse a esos animales maravillosos que, desde hace más de 30 años, ocupan un lugar tan importante en mi vida.
No me refiero a la personificación de los mismos, a sus roles, actitudes y diálogos, recursos todos ellos muy conseguidos, fruto de su calidad literaria y de su ingenio. Lo que me hace imposible digerir su novela, por buenos que puedan ser los ingredientes, es la sarta de inexactitudes, incoherencias incluso, que se dan en torno a los perros y que, por tanto, me impiden apreciar el resultado.
La lista es larga, ya lo siento, pero si le parece podemos empezar por algo que usa de manera recurrente, para dar un mayor realce a los pasajes en los que se cuentan las peleas en el Desolladero… Don Arturo, los perros no sudan. Carecen de glándulas sudoríparas. La función termorreguladora que en nosotros ejerce la sudoración, en los perros se da a través de la oxigenación, con una respiración agitada y de la salivación. Si esa salivación que acompaña al esfuerzo, el cansancio y el aumento de la temperatura corporal, se le añade el ladrido o las reiteradas mordidas, se produce una suerte de efecto batidora que convierte dicha saliva, en baba consistente y viscosa, primero y en espuma después, lo que habría sido más que suficiente para acentuar el dramatismo de las escenas, al ver a esos perros de pelea rebozados en baba, espuma, barro y sangre… pero sudor, nunca.
Yo se que usted es o ha sido propietario, compañero o como quiera que se diga en el actual lenguaje políticamente correcto, de perros de diferentes razas y por eso pensaba que su acercamiento a los mismos, a la hora de escribir la novela, sería más riguroso y, de paso, respetuoso.
“Negro”, el protagonista de su relato, es un cruce de Mastín Español con Fila Brasileño, algo que, sin duda, dará como resultado un perro grande, fuerte y de mucho carácter y, ya le digo yo, de más de 50 kilos de peso, aunque eso no tenga mayor importancia.
Que un perro de esa tipología sea, en cualquier momento de su vida, un gran perro de pelea, un campeón que supere tantos combates, me parece mucho más dudoso. Las peleas de perros, repugnante pasatiempo de nuestro pasado y que aún hoy se mantiene, de forma ilícita, en muchos rincones del mundo, es más territorio de pesos medios, welter o ligeros, de Delahoyas o Mayweathers caninos o, aún mejor, de “chusqueles”, como usted dice, al estilo de Connor McGregor, de tamaño y peso mediano, apretados, ligeros, explosivos, marrulleros, de pecho fuerte y anchos maseteros. Perros de agarre, en definitiva, que en origen se utilizaban para sujetar a las reses que iban a ser marcadas o llevadas al matadero, capaces de asirlas de las patas o del morro, resistiendo el dolor de sus golpes y embates, y respirando incluso con el mortífero anclaje de sus mandíbulas cerrado.
De esas primeras razas de pelea “ideales” derivaron después los Bulldogs, Bull Terriers, Staffordshire Bull Terriers, American Staffordshire, Pit Bulls o, también, nuestros legendarios Alanos que, además de usarse desde tiempos inmemoriales en el agarre de reses bravas, acompañaron a nuestros tercios y ejércitos, tal vez al propio Alatriste, en los campos de batalla de Flandes o en la conquista de América, donde dejarían huella en la formación de razas como el Dogo Argentino o el Cimarrón Uruguayo.
Cualquiera de estos perros, o del cruce de sus razas, habría despachado al noble Negro, con toda seguridad… como lo habrían hecho con el Dogo Alemán, raza que se distingue por su porte y elegancia, pero no por su fiereza, capacidad de lucha o resistencia, o con el Mastín Napolitano, pero, eso si, nunca negro y de patas marrones, pues dicha combinación de colores no existe en la raza.
Sepa, en cambio, que el bueno de Boris, al que da usted el papel de guapito semental, pero cobarde consumado, pertenece en realidad a una de esas razas paradójicas, que mezcla su apariencia señorial y aristocrática, con un temperamento feroz y un valor a prueba de los enemigos más poderosos. El Borzoi, como cualquier galgo, es un perro majestuoso, construido para correr a gran velocidad, a lo que une el tener una de las bocas más potentes de todo el universo canino, que le permitió ser utilizado por la nobleza rusa para la caza del oso… nada menos.
Tampoco es que Teo, el Rhodesian Ridgeback, salga muy bien parado en su novelesco retrato. Permítame hacerle algunas apreciaciones. El Rhodesian no es un sabueso. Es cierto que se encuadra en el Grupo 6 de la FCI, en el que están todos los sabuesos, pero lo hace bajo el epígrafe “Razas semejantes” que, en realidad, quiere decir “no sabemos dónde ponerlo”, lo mismo que sucede con el Dálmata.
Durante muchos años, el Rhodesian Ridgeback se encuadró en el Grupo 8, junto con otros perros de caza. El Rhodesian es un perro de acoso. Caza en grupo y su función es rodear al león, acorralarlo, sin morderle nunca, hasta que los cazadores llegaban al lugar para dar muerte a los felinos. El Rhodesian caza a la vista más que por el olfato, como haría cualquier sabueso, pero el hecho de actuar en jauría fue el que le llevó a estar en dicho grupo. Por cierto… jamás fueron utilizados para “cazar negros”, entre otras cosas porque sus ancestros son perros primitivos africanos, el “Perro Khoikhoi” o perro de los Hotentotes, es decir, un “perro de negros” al que se añadiría con posterioridad sangre de razas europeas, como el Dogo Alemán, Pointer, Greyhound, Bloodhound o Airedale Terrier, entre otros, para mejorar las condiciones para la caza. Sepa además, don Arturo, que aunque la raza se origina y depura en el área de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, no será hasta 1922 cuando F. R. Barnes redacta un primer estándar de la misma y funda un club de la raza en el seno del Bulawayo Kennel Club en Rhodesia, dándole el nombre original de “Perro de Leones Rhodesiano” (sin duda mucho más bonito, literario y aproximado a la realidad que el de “sabueso rhodesiano”) La característica más destacada del Rhodesian, la que le da el apellido y la distingue de casi todas las otras 400 razas caninas documentadas, salvo un par de casos, es la cresta de pelo que surca su espina dorsal (Ridgeback) Es una lástima que no lo haya mencionado, aunque sólo fuera para acentuar la ferocidad de Teo, o como signo que lo hacía reconocible incluso después de su transformación como perro de pelea… Claro que, tal vez dicha cresta había desaparecido, ya que usted se empeña en “raparlo”, algo sinceramente extraño, poco habitual en un perro de pelo corto y que fuera de protegerlo o darle algún tipo de ventaja para la lucha, le dejaría mucho más vulnerable con su piel desnuda.
Es posible que un perro adulto que sufre alguna herida o desgarro, se recupere del corte de las orejas, pero la amputación de la cola es una mutilación mayor, de alto impacto, similar a lo que supondría cortarle una pata y de la que difícilmente se reponga, psicológicamente al menos. Esa es la razón por la que en aquellas razas a las que se ha practicado la caudectomía tradicionalmente, se les ha hecho siempre en los dos o tres primeros días de vida.

Las pelirrojas también son atractivas
Dido es una Setter Irlandesa, atractiva, moderna… de armas tomar, vale, pero ¿rubia? El Setter Irlandés, el que conoce el común de los mortales, es de pelo rojo, caoba, siendo ése el signo distintivo de la raza. No hay Setter Irlandesas rubias. Incluso en el caso de la variedad menos conocida, el Setter Irlandés Rojo y Blanco, el color predominante del pelo es un fondo blanco acompañado de manchas rojas de tamaño grande y regular, nunca moteado…
Maureen O’Hara, Julia Roberts, Rita Haywarth, Marcia Cross, Susan Sarandon o hasta Jessica Rabbit son pelirrojas y muy atractivas, ¿no le parece?, pero si aún así para su novela era imprescindible una rubia, podía haber elegido una Golden Retriever, Pastor de Brie, Afgana, Tibetan Terrier, Cocker Inglés (Americano no, porque ya dejó claro que no le gustaba Dama…) y un largo etcétera, pero no una Setter Irlandés.
Por cierto, que el bueno del Negro hace una seria declaración de intenciones diciendo que los perros son machistas. Por supuesto vuelvo a decir que respeto el valor y la vigencia de las licencias literarias, pero reconozco que, al tratarse de un tema que me resulta tan cercano, no puedo dejar de decirle que los perros, como cualquier otro animal, no son machistas ni feministas, puesto que no utilizan su sexo como forma de reivindicación o una excusa para ejercer el poder. Los perros son supervivientes. Como todas las especies. Por eso tienen claro su papel natural. Por eso el dimorfismo sexual es una de sus características. Por eso su comportamiento sexual está regulado por ese mismo instinto de supervivencia y por eso es imposible que una hembra esterilizada se deje cubrir por un macho (menos aún por dos) que, además, no mostrarán deseo sexual alguno hacia ella.
Ya se, entonces le quitamos a la novela esa parte tan interesante, tan humana, del triángulo amoroso y todas sus implicaciones, pero a mi me molesta pensar, ya me disculpará, que habrá quien leyendo su libro piense que los perros son así o tienen esos instintos, o que, por ejemplo, existen perros homosexuales, como Rudi… o Perlita… el Caniche gris… ¡Dios mío, qué topicazo tan manido y tan poco a su altura, don Arturo!
El comportamiento sexual de los perros, como el de la mayoría de las especies, es muy básico, está muy estudiado y se basa, únicamente, en la necesidad de la reproducción. El deseo sexual, el disfrute de las relaciones carnales como deporte, pasatiempo o parte del amor y otras hierbas, es una de nuestras características humanas. Está bien para una novela pero… ¿también era necesario?
De mezclas inverosímiles y cruces imposibles
Lo mismo le pregunto respecto al “doloroso trabajo” de Boris, el Guapo, como semental forzado.
Dice usted que los maleantes, al ver su falta de valor pero su gran belleza, piensan que puede ser muy beneficioso utilizarlo para cruzar a perras “de raza” para vender por un pastizal a sus cachorros… Bueno. Depende.
En primer lugar, si un perro puede tener un valor económico es por pertenecer a una raza determinada y por, además, ser “especial”, es decir, haber sido seleccionado con cuidado, ser hijo de reproductores probados, testados de salud, con méritos demostrados en la disciplina que sea y, normalmente, con un historial de años de excelencia por parte de su criador. De no ser así, pueden tener un precio razonable, moderado o barato, en función de la rareza, escasez o popularidad de la raza. Para muestra, busque en cualquiera de las muchas plataformas de venta entre particulares y anuncios por palabras que hay en internet y verá como puede encontrar perros a casi cualquier precio.
Y eso para los perros de raza. En el caso de cruces, cualquiera que sea la raza de los padres, es muy difícil encontrar “mestizos” con un cierto valor de mercado. Sólo sucede (y en casos muy excepcionales) en alguna de las llamadas “razas de diseño”, como los Labradoodle (Labrador con Caniche), Goldendoodle (Golden Retriever con Caniche) y alguna otra mixtura, pero siempre porque se busca algún objetivo como, por ejemplo, aportar el manto permanente de los caniches a un retriever, etc…
La mayoría de estas “razas de diseño” que obedecen a modas absurdas, se obtienen cruzando individuos con una cierta coherencia (dentro de lo estúpido de la idea original) ya sea por aspecto físico, tamaño, etc…
Cruzar un Borzoi con un Agano podría ser una de esas “mezclas razonables”, por tipo y por tamaño, pero… ¿con un Beagle?… Muy contorsionista y hábil debería ser Boris o su partenaire para conseguirlo, aparte del antagonismo tan exagerado que se da en cualquier aspecto físico entre ambas razas.
Algo parecido sucedería con la Shetland, aunque claro, como usted la describe como una perra “esbelta de patas largas” la conclusión a la que este humilde lector llega es que, en resumidas cuentas, desconoce usted absolutamente la raza.
Una perra de unos 7 u 8 kilos de media y unos 35 cms. a la cruz, aproximadamente, no sólo es difícil que se cruce con un macho de 45 kilos de peso y 80 cms. a la cruz, es que además es imposible que tenga las “patas largas” pues, dada su estructura, estas serán de unos 17 o 18 cms. más o menos.
Las Islas Shetland son famosas por darse en ellas toda una gran variedad de especies de animales domésticos adaptados a su entorno y a las características del archipiélago, resultando en razas de caballos, ovejas o vacas de muy pequeño tamaño, lo mismo que sucede con su perro de pastor, el Shetland Sheepdog, íntimamente emparentado con el Pastor Escocés, o Rough Collie, del que parece una versión miniaturizada.
Una pena
Con todo respeto, señor Pérez Reverte, es una pena que haya optado por recurrir a algunos tópicos caricaturescos, como el del Dobermann nazi, cuando se trata de una raza que no fue muy usada por el Ejército Alemán, frente al superpopular Pastor Alemán, raza favorita de Adolf Hitler. En cambio, el Dobermann era uno de los perros más comunes en las unidades caninas británicas, americanas o canadienses. O que de al Galgo Agilulfo esa condición de filósofo que tan bien cuadra con su apariencia y apostura, pero, a pesar de no saber leer o de no entender las palabras de los humanos (como pone usted en boca de Teo) le hace en cambio capaz de citar a filósofos o de hablar en Latín.
Es una pena que no haya aprovechado su talento y su afición a documentarse y leer sobre la historia y el origen de las cosas, para conocer la gran variedad de razas de perros que existen en el mundo, su evolución y hasta sus leyendas, su proceso de selección y transformación, los servicios que prestaron, en su momento, a sus amos, a nobles y reyes, a pastores, cazadores, trabajadores proletarios, pescadores, monjes, etc… haciendo casi de todo, desde vigilar templos hasta calentar el regazo de emperatrices, pasando por la guarda y defensa de ganados en las condiciones más extremas, la caza, el transporte, la trashumancia, la conquista de continentes, y un etcétera tan largo que es imposible de acotar porque, incluso a día de hoy, sigue creciendo.
Los perros merecen libros, novelas, películas, grandes relatos, porque se trata del primer animal que fue domesticado por el Hombre, hace ya más de 15000 años y porque, desde entonces, nos ha acompañado fielmente en nuestra evolución, sirviendo para todo y pidiendo a cambio muy poco. Su versatilidad y lealtad le hacen digno del mayor de los respetos. Es posible que mi opinión acerca de su novela esté, por tanto, viciada de origen dada mi sensibilidad hacia todo lo concerniente a los perros pero me gustaría haber disfrutado más con esta lectura. No quiero terminar estas líneas, sin reiterarle mi admiración como escritor, lo que aumenta incluso mi puntual decepción con este libro, pero que en nada afecta a mi opinión sobre usted.
Los perros pueden ser protagonistas de novelas, de historias negras de amor y traición, pueden amar, reir o llorar, pero, recuerde don Arturo, los perros duros no sudan.