Acababa de empezar la década de los ’90 y yo me iniciaba en el mundo de las exposiciones caninas con mi primera Golden Retriever. Un día, un matrimonio inglés, cogidos del brazo y vestidos con esa sobriedad y esa elegancia serena tan «british» de la «country people» se acercó hasta mi. El caballero me dijo: «¿Me permite que le diga una cosa? ¡Me alegro de que haya gente joven empezando con los Golden! A mi es una raza que me encanta.»
Me sorprendió que aquel inglés hablase tan bien en español, con ese acento dulce que parecía andaluz. «Son los padres de la niña de los Pointer», me chivó un amigo al oído… De esa manera, casi recién llegado a este mundillo, conocí a Pepe Haro y a Tricia, su mujer y la única inglesa de la escena y, ya de paso, me enteré de que aquella niña que presentaba tan bien a los Pointer era su hija, María José.
A partir de entonces, tuvimos un contacto cada vez más frecuente. Pepe era alguien en esto cuando yo era un simple aprendiz. Es cierto que, por entonces, éramos muy poquitos los que andábamos con los Retriever y Pepe siempre tenía un rato para venir a vernos, mirar los juicios y darnos su opinión, como ha seguido haciendo después, cuando los Labradores y los Golden han sido razas populares, sentándose con su inseparable Tricia a ver los juicios, en España, en las Mundiales, en Crufts o en cualquier exposición inglesa en la que te lo pudieras encontrar.
Como mucha gente tuve la oportunidad de verlo como organizador de las exposiciones de «su Canina» en Los Barrios, Sotogrande, Sevilla, Jerez, Alcalá de Guadaira… Manejaba todas las situaciones con una calma y una flema que, ahora, ya son legendarias y aunque también tenía su genio, muy pocos podrán decir que le han visto perder los nervios. Tal vez por eso haya habido quien confundió su bonhomía con otra cosa, pero estaban muy equivocados, porque Pepe Haro era un hombre muy seguro de sus convicciones, en todos los órdenes de la vida, fiel a sus amigos, a su gente y a quien nadie, ni tan siquiera su adorada Tricia, podía manejar o pretender hacerlo.
Todo el mundo recordará siempre a Pepe junto a Tricia, porque formaban un equipo, una verdadera familia, junto con María José y también Álvaro, más difícil de ver en las exposiciones. Pero él era la cabeza del grupo (aunque sospecho que la jefa es Tricia) y le gustaba estar rodeado de los suyos y estaba orgulloso de ellos. Una de las facetas que, tal vez, muchos no conozcan de él, era su gracia para contar anécdotas. Culpaba a Miguel Botella de haber hecho que María José se decantase por la Medicina Forense en lugar de por la Veterinaria y no podías para de reir cuando te contaba como acompañó a «la niña» en una de sus primeras salidas como forense de guardia a levantar el cadáver de un hombre que se había suicidado. Un Guardia Civil le invitó a acercarse, si quería, hasta el lugar con María José, invitación que Pepe rechazó amablemente. «Tu fíjate como es la cabeza de esta gente -me decía refiriéndose a los forenses- que cuando vino después de ver al muerto me dice la niña: Papá, se tenían que haber dado cuenta de que ese hombre no estaba bien desde por la mañana. Se había puesto un calcetín de cada color… ¡Tu fíjate!»… y se moría de risa…
No creo que haya quien ignore que Pepe Haro ha sido de esas rara avis de la cinofilia que nunca deja ninguno de sus flancos para ocupar otro, porque él entendía la pasión por los perros de una manera general. Era directivo, como Presidente de la Sociedad Canina Occidental y de la Asociación del Podenco Andaluz y Maneto, además de miembro del Comité de la RSCE y otros cargos que había desempeñado a lo largo del tiempo. Era Juez Internacional, de cuatro grupos completos y algunas razas más y seguía manteniendo el interés por estudiar y ampliar sus conocimientos. «Cada vez que entro en un ring para juzgar – me decía – lo hago para aprender» y con esa filosofía lo afrontaba todo en la vida. Pepe era también criador y expositor, de razas como el Jack Russell Terrier, los Podencos Andaluces y Manetos y, por supuesto, sus adorados Pointer, con los que cosechó innumerables éxitos dentro y fuera de España. Suyo fue uno de los perros que más me han gustado en la vida «Vossmead Adam of Crookrise» y, cuando hablaba de él, veías como una lágrima de emoción se venía a sus ojos. De igual forma que entendía la cinofilia, Pepe entendía al perro como algo completo y le gustaba tanto o más el mundo del trabajo y de la caza como el mundo de las exposiciones. La Semana de Andalucía, una de las citas más importantes de Europa para los aficionados al perro de muestra, era su pasión y una de sus grandes dedicaciones, al punto de, este año, hacerle perderse el Congreso de Jueces de la RSCE, para disgusto suyo, pero «no puedo faltar» -me dijo- a su Semana.
A lo largo de más de veinte años han sido tantos los ratos pasados con Pepe que resulta difícil ordenarlos adecuadamente. Su afinidad sentimental y cinófila con Inglaterra nos hizo conectar y compartir muchas cosas. Sus consejos, desinteresados y sinceros, los guardo como parte de esa formación no reglada que uno tiene la suerte de tener, después de tanto tiempo junto a personas de su talla. Me ayudó y me apoyó, seguramente más de lo que yo haya tenido tiempo a corresponder, pero siempre lo hizo todo con la naturalidad de un amigo.
«Antes o después tu tienes que ser socio del Kennel Club, porque tu, como yo, eres inglés… cinófilamente hablando, claro» Esa frase me la dijo en un Ladies Kennel, justo el día antes de que nos dejase Adolf. Había estado almorzando en el Kennel Club, en Londres, con mi padrino Carlos y Pepe iba a ir en los días posteriores para degustar el magnífico Menú de Navidad. Pepe lucía con orgullo su insignia de miembro del Kennel Club y la llevaba siempre puesta en Inglaterra. Desde entonces hablamos en muchas ocasiones de ir a almorzar juntos al Kennel, pero la ocasión no se presentaba nunca. Este año volvimos a sacar el tema en Crufts. Habíamos estado juntos unos días antes en Sevilla, donde tuve el honor de juzgar para su Canina, y estuvimos charlando un rato junto al Overseas Lounge mientras esperaba a que llegasen María José y Marcos. Quedamos en celebrar aquel almuerzo para cuando el Kennel Club se mudase a su nueva sede… Queda pendiente, querido Pepe.