Partiendo de la base de que, ni yo soy San Pablo, ni los imbéciles son los Corintios o los Romanos, dada la repercusión del artículo anterior y la evolución de los acontecimientos, creo necesario extenderme en algunas circunstancias del caso que nos ocupa.
Por un lado, me extraña que haya quien se queda con la anécdota del título del artículo o de calificar como «imbéciles» a quienes han decidido que la mejor solución para el caso de la enfermera de Alcorcón era matar a su perro Excalibur o a quienes lo han, más que defendido, jaleado públicamente sin esgrimir un sólo argumento convincente. Digo que me extraña porque no creo que la palabra «imbécil» sea ni la más fuerte, ni la más grave con la que nuestro rico léxico nos regala a la hora de poder calificar o insultar a otro.
Si por imbécil entendemos la definición de la Real Academia de la Lengua, es decir, persona de poco seso o de poco juicio, no creo que se pueda llamar de otra manera a quien en un programa de televisión dice abiertamente: «¡Al perro hay que darle chicharrón!», o al que, aguantando la risa, manda un mensaje de ánimo a Javier Limón, deseando que su mujer se ponga buena y diciéndole que no se preocupe, que cuando salga «aquí le regalamos un Excalibur 2». Para rematar la faena, otro de los asistentes se adorna con la lindeza de que «en España se puede matar a un niño abortando, pero no sacrificar al perro», como si una cosa tuviera algo que ver con la otra… Es posible que a estas alturas estén pensando que alucino, o que me invento el argumento de una comedia de sal gorda… Pues para que vean que no, miren el vídeo:
El propósito del anterior artículo, como el de este, era el de llamar imbéciles (y lo mantengo) a aquellos que han hecho de la muerte de un perro un asunto absolutamente banal, en el mejor de los casos, mientras que a otros, incluídos algunos de los que presuntamente lo defendían, les ha servido el pobre Excalibur como arma arrojadiza contra el Gobierno Central o el de la Comunidad de Madrid e incluso, en el colmo del desagradecimiento, contra la Iglesia Católica. Cualquiera de estas actitudes es, para quienes de verdad amamos los perros y pensamos que, siendo animales, si, no son un ser vivo de segunda o tercera clase, absolutamente deleznable porque por el camino se habrá olvidado lo importante, la muerte de un perro que, para sus propietarios, era parte de su familia cuando, además, dicho sacrificio no ha sido, como tantas otras cosas, ni argumentado suficientemente, ni explicado.
La prueba de que los argumentos esgrimidos por la autoridad «competente» no se sostienen es que, incluso admitiendo que se pudiera dar un contagio por contacto de personas a perros, algo que está puesto en seria duda, incluso admitiendo que dicho contagio se hubiera producido, algo que nunca llegaremos a saber, las autoridades sanitarias de Madrid nos quieren convencer de que dicho contagio se produjo justo el día que se llevaban a Teresa y Javier para aislarlos en el Carlos III. Si fuera así, igual hasta tenía una explicación la decisión del sacrificio, ya que el perro no habría salido de casa y con su muerte se eliminaría el posible foco de transmisión del virus.
Si… pero, no. Lo cierto es que Teresa estuvo en contacto con su perro cada día, no desde que empezó las vacaciones, sino desde que el primer misionero llegó a España y fue atendido por ella. Igual que no se sabe qué día se contagió la enfermera ni, con exactitud, cuando empezó a estar sintomática, tampoco se puede saber que día se produjo (si es que fue así) la infestación del perro por parte de su dueña. Total, que es posible que, de haberse infectado Excalibur, cosa que personalmente dudo, puede haber estado haciendo sus paseos rutinarios, varias veces al día, por los alrededores de su casa, por el parque del vecindario, etc… haciendo pis en los mismos árboles y esquinas, olisqueando y chupando a otros perros, dejándose acariciar y lamiendo a algún vecino, a algún niño, etc… haciendo caca, que seguro Teresa y Javier recogían, pero siempre queda un mínimo rastro que otro perro puede oler, o que cualquiera puede pisar, además de que esas cacas que Javier y Teresa recogían, lo más probable es que fueran, dentro de una bolsita estándar, nada de Protección 4, a una papelera convencional, habida cuenta de la falta de papeleras especiales para los perros, con lo que dicha papelera sería después manipulada por un funcionario municipal, también sin una protección especial, vertida en un carrito normal y llevada a un depósito de residuos normales. No sabemos si, en los días transcurridos desde que Teresa empezó a trabajar con los misioneros enfermos y a estar expuesta al virus, Excalibur habrá ido al veterinario, o a la peluquería, donde también habría sido manipulado sin precauciones especiales.
En definitiva, señores de la Consejería de Sanidad de Madrid, si tenemos que dar por cierto que se elimina a Excalibur porque puede ser un foco del virus y dado que no saben cuando habría sido infectado, la medida siguiente, dentro de su lógica, sería la de haber eutanasiado a todos los perros del barrio, a los que hubieran tenido contacto directo con Excalibur y a los que pudieran haberlo tenido indirecto, además, claro, de someter a aislamiento y observación a todos los dueños de estos perros, a sus familias, a quienes hubieran tocado a Excalibur o lo hubieran manipulado en algún momento, etc, etc, etc… Puestos a montar la película, deberían haberlo hecho al completo, porque si no su argumentación falla y deja a las claras que la decisión de matar a Excalibur se tomó de manera precipitada, sin atender a la opinión de expertos en la materia y sin dar opción a otras alternativas, todo ello, como ya dijimos, «por si acaso» y para cumplir con la máxima que rige la actuación de los políticos y que no es velar por el bien común, sino por el negocio propio.
¿Por qué no dieron a Excalibur la oportunidad de vivir? ¿Por qué no lo aislaron, observaron y estudiaron? En realidad aislado ya estaba, metido en su casa y sin que nadie entrase en ella. Costaba exactamente lo mismo ponerle una vía para administrarle la eutanasia que para tomar una muestra de sangre y hacer los pertinentes análisis. En cuanto a su aislamiento, la excusa de las instalaciones de nivel P4 (Como el Carlos III, ¿no?) etc… suenan a chiste. ¿No dicen que el Ébola no se transmite por vía aérea? ¿No dicen que la única vía de contagio es el contacto directo con mucosas, saliva, fluídos corporales o secreciones, heces, etc…? Entonces, ¿me quieren explicar para qué hace falta una instalación de la NASA? ¿para qué una habitación con presión negativa (y ventanas abiertas, por cierto)? Todos vemos cómo trabaja Médicos Sin Fronteras en África, con los enfermos aislados, a veces en hospitales abiertos, a los que sólo accede el personal preparado y equipado para ello, tomando las medidas y siguiendo los protocolos necesarios para evitar los contagios.
Excalibur, como perro, aún en el hipotético y dificilísimo caso de que hubiera estado infectado por el virus, nunca habría estado enfermo de Ébola, porque los perros se muestran asintomáticos, es decir, no lo padecen. Esto quiere decir que no habría requerido de ningún cuidado especial, de ninguna atención veterinaria específica para garantizar su hidratación, curar abcesos, limpiar vómitos, etc… Lo que Excalibur necesitaba era comida, agua y la limpieza del recinto donde estuviera recluído.
Bastaba con meterlo en un chenil o en una jaula lo suficientemente aislada, sin contacto físico posible con otros perros (recuerden: no se transmite por vía aérea… dicen) y con personal preparado y equipado para acceder a dicho recinto con las garantías adecuadas. En cualquier instalación de guardería canina moderna no es necesario, incluso, el contacto directo con el perro. Se puede hacer que el animal esté en el interior o el exterior de la jaula para facilitar la limpieza, cambio de agua, etc… Estas operaciones se pueden incluso hacer de forma automática o sin entrar al recinto, aunque supongo que lo interesante sería haber podido recoger muestras de heces y orina para saber si realmente los perros pasan el virus a través de ellas, si dichos virus están o no activos, durante cuanto tiempo los perros actúan como reservorios y transmisores de dichos virus, etc…
Ahora, cualquiera de esas elucubraciones se quedan en eso. Hemos perdido la oportunidad de contribuir un poco a conocer mejor una enfermedad que mata a diario a muchas personas, especialmente en África. Sepan que esa es la primera preocupación de cualquiera de nosotros. Es posible que haya quien prefiere la vida de un perro a la de una persona, pero estoy seguro de que serán casos excepcionales. Desde luego no es el mío. Por eso, escribir sobre un perro, Excalibur, y sobre su absurda y gratuíta muerte, no es menospreciar a su dueña, a los muertos por el Ébola ni a la Especie Humana, es, simplemente, hablar en nombre de quien no tiene defensa y hacerlo de parte de quienes consideramos que no se ha actuado de manera ética, correcta e inteligente.
PD.: Hoy ha muerto otro «perro-símbolo». Lukanikos, el perro que acompañó las revueltas populares de la Plaza Sintagma en Atenas, enfrentándose a los antidisturbios, ha fallecido a los diez años de edad. Por eso ilustra nuestra humilde ventana al mundo.